jueves, junio 08, 2006

El sentido común al final ganará la guerra

En nuestro trabajo como ingenieros e ingenieras, muchas veces toca adoptar neologismos (término ñoño para designar el nombre de los inventos y los descubrimientos) para poder estar al tanto de lo que está pasando con la tecnología. Sin embargo, no basta con que a alguien se le ocurra la primera sarta de letras aplicada a un neologismo para que el nombrecito pegue. Además, se necesita que la gente que va a usar el término se sienta cómoda con el nombre para que finalmente sea adoptado.
          Este proceso se vuelve todavía más divertido cuando se da un caso de poligénesis (mieeeerdaaa, otra palabra ñoña, ¿me estaré 'enñoñizando' cada día más?), es decir que varias personas sin relación entre sí se inventan prácticamente la misma cosa, pero que además le ponen un nombre diferente. Son los usuarios los que finalmente deciden cuál tecnología prevalece o con qué nombre prefieren llamarla. La cosa se pone aún más complicada cuando los neologismos provienen de otra lengua. En nuestro caso, lo más común es que sean vocablos ingleses por dos razones.
          La primera razón es que evidentemente los gringos son los que más inventan tecnología. La segunda es que los que no somos angloparlantes con frecuencia escogemos el inglés por razones comerciales para que la mayoría de la gente (que suele tener el inglés como segunda lengua) entienda más o menos de qué se trata a partir del solo nombre y sin requerir de explicaciones adicionales. ¿O sino se imaginan un protocolo en un finlandés impronunciable o un lenguaje de programación cuyas palabras reservadas se componen de caracteres arábigos?
          Hasta ahí, puedo entender que algo que es nuevo para nosotros se vaya metiendo en nuestra cabeza y en nuestro discurso tal cual, con el nombre que el inventor le puso. Sin embargo, creo que con muy contadas excepciones, los nombres originales responden al contexto en que fueron concebidos o a las circunstancias del autor. Pretender que el nombre va a poderse transplantar impunemente en un contexto completamente diferente (como una conversación coloquial en español con alguien que no tiene un bagaje técnico) eso sí es ya esperar un milagro, casi del calibre de esperar ganarse la lotería y ADEMÁS sin haber comprado el billete.
          Ejemplos hay muchos, como cluster, mapping, rendering y otros de la misma calaña. Hay equivalentes en español perfectamente aceptables, pero una combinación de pereza e ignorancia del propio idioma han hecho que promover su uso sea una batalla casi perdida. Está la evidente excepción de la palabra software (al que la logre traducir convincentemente le regalo una chocolatina Jet), pero en casi todos los demás casos si uno hace un mínimo esfuercito puede lograr que un no-bilingüe capte la idea.
          En este sentido, me encanta que anglicismos muy arraigados hayan sido finalmente desplazados por términos naturales en nuestro contexto, que cualquiera puede entender sin haber estudiado otro idioma o haber sido iniciado en los secretos de la técnica. Los ejemplos más inmediatos que se me vienen a la mente son "ratón", "impresora" (en mi adolescencia se llamaban mouse y printer), "redes neuronales" (hace unos diez años había chambones que decían "redes neurales" sin siquiera sonrojarse) o "tercerizar" por outsourcing.
          En momentos como estos, vuelvo a creer que el sentido común al final ganará la guerra.